martes, 19 de agosto de 2008

Giné

Jamás quise entenderlo como algo definible, las definiciones son aburridas. Simplemente es lo que daís y lo que no daís, lo que hace de esto algo maravilloso. Siempre hay divergencias. Siempre hay discusiones. Muchas veces intentan distanciarnos. La guerra de los sexos y de los generos jamás debió existir. Jamás creí en la guerras.
Todavía hay gente que no comprende ésto como un único y pequeño barco que nos lleva a todos en la misma dirección. Es posible que cuándo se quieran dar cuenta será demasiado tarde, como suele ocurrir. Jamás creí en las diferencias.
Es sencillamente algo que no se puede obviar. Me dan igual los piscologos, cientificos, antropologos, catedráticos, expertos, entendidos, doctores... Me da igual lo que opinen todos ellos. Jamás podrán entender lo que puedo llegar a sentir. Como he dicho antes, no quiero definirlo, y no por miedo a revelarlo. El amor y el odio son dos caras de la misma moneda. Muchas veces me pregunto que hay detrás del atractivo y de esa mirada con las cejas altivas, como si esperase algo. Realmente lo que creo que hay en realidad es una niña que espera su momento para despertar, para ser libre al fin.
Es como si nosotros mismos fueramos nuestras propias carceles. De hecho solo somos nosotros mismos los que nos perjudicamos. Realmente no creo en el retorcimiento de una belleza corrompida. La belleza corrompida nunca fue belleza. La belleza, la armonía del todo, esa que no es solo fachada exterior. La belleza exterior es solo una máscara. Solo la belleza pura es armónica y el símbolo de esa belleza... es la mujer.