martes, 9 de diciembre de 2008

Se acerca el invierno

Se acerca el invierno. Lejos quedan ya los días en los que el sol desprende de manera abrasadora su calor. Poco a poco la masa glaciar se robustece y compacta para mostrar su cara más gélida. Mientras tanto la perspectiva tiende a cambiar, resaltando todos los principios iridiscentes de los fugaces copos perfectos formados de agua que se precipitan desde las alturas. Al mismo tiempo, en el camino, ya casi invisible por la caída de la nieve sobre éste, aparece una silueta que carga con el peso de la supervivencia. Es un hombre, con la piel tersa por el frío, rostro enjuto y perfilado, uniéndose éste con un cuello ancho y que da pie a una corpulencia en el torso, con músculos bien definidos, bajo todas las capas de pieles. Éste hombre sabe que la pieza de carga que lleva a su espalda, con la que intenta atravesar una gélida tormenta de nieve, ha sido lo que le ha llevado a dónde está. Pero antes de que la pieza le llevara a aquel lugar, fue la supervivencia quién le llevo a la pieza, y la responsabilidad previamente le llevó a la supervivencia. El hombre se detiene a contemplar durante unos segundos el páramo helado y todo ocurre a cámara lenta. Parece que el invierno será largo. Al salir de su asombro personal, decide retomar el camino con su rostro serio y desesperanzado, que acusa ya el cansancio de haber estado muchos días de caza.
Siguiendo el camino, se encuentra a las últimas zorras que van en busca de su cobijo, pues el invierno ya es bastante acusado. Las zorras también saben como él, que la nieve lo sepultará
todo para que todo vuelva a esta como antes, en primavera. La nieve cae sobre la capucha del caminante. Cuando llega a un claro,sigue caminando entre la arboleda frondosa, cubierta de blanco, apartando con el brazo todas las ramas y despejar el camino. Aquí no hay camino, solo el sitio justo para que pueda pasar una persona, mientras ésta aparta ramas y hojarasca, todas cubiertas de blanco. El hombre sabe que ésta zona ha sido así toda su vida. Los únicos que comparten éste paisaje con él son los lobos. De hecho, ya empieza a oler el paso de los lobos por estos lares. A él siempre le gustaron estos animales. Nobles, respetuosos y salvajes. No necesitaba saber nada más de ellos. Al final, toda aquella hojarasca y frondosidad terminaba en una pared de piedra altísima que venía a ser el fin de un acantilado. Allí se cobijaba él y era uno de los pocos momentos en los que aparecía una sonrisa en su cara. Era su casa, casa que había formado con una mujer de ojos verdemar . Solamente se tenían el uno al otro y... se acercaba el invierno.