jueves, 11 de octubre de 2007

Semiótica de los recuerdos

Es extraño lo que un simple objeto, puede provocar en tu mente, en lo que ha sensaciones se refiere: tocarlo recordarlo, observarlo, analizarlo, para ir sacando detalles y más detalles. Esos detalles llegan a tener una precisión tal como un olor, una sensación, una sugestión, o un hormigueo que recorre nuestras espaldas desde su parte más baja hasta llegar como impulso eléctrico a nuestro cerebro, y es cuando llega al cerebro cuando explota esa sensación. No hace ni dos días me dirigí a una de las estancias de mi casa dónde se encuentra un extraño juguete muy sencillo y colorido: es un avión de madera pequeño.

En principio, me dirigía a la habitación en busca de un libro y de un disco con una banda sonora. Entonces, sin ni siquiera yo desearlo, un pequeño objeto en una alta estantería, llamó mi atención. En seguida caí en la cuenta de que estaba en esa habitación con un cometido distinto al de mirar el pequeño juguete. Pero ni dos segundos más tarde, reconocí que el avión había atraído mi atención con demasiada fuerza y curiosidad, como el que se sabe perdedor de antemano en un juego que no puede ganar.

Tuve la impresión de que iba a hacer algo que no era del todo necesario: coger un juguete. Pero fue en ese instante cuando mi mano se alzó y se acercó al juguete con cuidado. Lo tomé en mis manos con sumo cuidado y lo observé. En el momento que mis llemas alcanzaron la madera lacada de colores, inundaron en mi los recuerdos: tardes sentado en el suelo de la habitación jugando y con todos los juguetes esparcidos por el suelo, y el baúl de los juguetes, como si tuviera ojos, me miraba recordándome que tenía que los todos los juguetes tenían que ser dispuestos en él; luz crepuscular entrando por la ventana, esa luz tan peculiar de un sol de invierno que se oculta no sin antes despedirse, para recordar que mañana será otra vez de día, mientras sus haces de luz rebotan en el suelo y nos quedamos entre maravillados y perplejos; Esas tardes donde era yo quién se inventaba los viajes, y ni siquiera "el principito" llegaba tan lejos como yo; recuerdos de los valores de un niño que tan solo levanta un metro del sueño y que tiene toda una vida de sueños y viajes; recuerdos de todas las personas que llenaban las habitaciones en las cuales yo jugaba; recuerdos de las frases que un niño guarda en su memoria toda su vida; los típicos :" ¡a comer!," "¡la merienda!" "tienes que recoger los juguetes" "¿has hecho los deberes"?...
Viajes de un niño que solo quiere soñar porque quiere, porque le hace feliz, y quiere que todo sea como el lo divisa en su mundo. Un mundo en el que todo tendría fácil solución, dónde una guerra se arreglaría sentándose a jugar todos juntos, en vez de pelearse por el mismo juguete.
Recuerdos fugaces y sutíles que definen como fuimos, quienes somos y sobre todo, como llegamos hasta aquí. Volví de mis recuerdos y la impresión que tuve fue grata. Mostré un esbozo en mi sonrisa, y entonces comprendí que había comprendido más con un avión de juguete acerca de mí, de lo que podía haber llegado a comprender sobre los demás con el libro y la banda sonóra. Volví a colocar el avión en su sitio y muy feliz salí de la habitación, llevandome conmigo los recuerdos y diciendole al avión un "hasta luego", pues algún día será él otra vez quién me recuerde quién fuí.


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